Los niños tienen que aprender a aburrirse... Es un comentario que oigo bastante a menudo. Y es cierto. Vivimos en la sociedad de la velocidad, donde no hay tiempo para descansar, vamos de un sitio a otro, llevamos a nuestros hijos de una actividad a otra, en cuanto ponen cara de no saber qué hacer les damos una solución, y todo ello evidentemente no ayuda a que aprendan a aburrirse.
Y todo depende del enfoque que se le dé al concepto de aburrimiento. Nosotros, podría decirse que vamos a contracorriente, porque ni llevamos ritmos frenéticos, ni me monto películas para entretener a mi hijo, pero ni ahora ni antes, ni nunca. He de reconocer que me ha ayudado el carácter de mi hijo y su espíritu explorador, que le hizo ser independiente desde que era bebé. Así que yo le dejaba. Para él, de hecho, la palabra aburrimiento es sinónimo de creatividad, pues en cuanto no sabe qué hacer, se da un par de vueltas y algo inventa. Si es que se entretiene con cualquier cosa. Y disfruta de ese estado de empezar a aburrirse, pues se deja llevar por su imaginación. Algunas veces incluso solo se tumba en la cama a pensar (no como castigo, no penséis mal, digo a pensar de verdad).
Pero supongo que el espíritu libre que es mi hijo también le trae algunos problemas, en el cole incluso muchos. Pues en el cole todo son normas, todo es obedecer y hacer las cosas de una única forma, sin salirse de lo estrictamente demandado por el libro o el profesor. A esto le añadimos que se aburre, entre monotonía y tripiticiones, y tenemos un cóctel Molotov, pues su forma de matar el aburrimiento cuando desconecta en clase es inventar. Los profesores le regañan, le castigan por negarse a trabajar, y él cada vez se pone más rojo de ira.
Y hemos inventado todo tipo de estrategias para que, por un lado, cumpla con sus obligaciones en clase, y por el otro, recupere la motivación perdida. Pero no han funcionado. Ahora está en casa y claro, se acabó el problema, aunque solo en parte. En casa hace los deberes (al principio se seguía negando, y le sigue costando), y luego le dejo que investigue y amplíe para que aprenda a darse cuenta que en el colegio sí que aprende, porque de momento lo niega (¡Ay la aceptación, que duro es el proceso!).
Pero al menos va entendiendo que aunque lo básico lo tenga más que interiorizado, ese concepto básico le sirve de puente o de trampolín para aprender lo que aún desconoce. Y poco a poco, la motivación aparece en forma de flashes.
Pero habrá que prepararse para cuando vuelva al cole. En su caso, el plan es claro: sustituir repeticiones por algo que le suponga mayor reto o le haga profundizar sobre un tema. Y me diréis, pero eso lo puede hacer en casa, y yo os digo: creedme que lo hemos intentado, pero ni aún así. Necesita un mínimo de aliciente para soportar las 25 horas semanales de clase, y a ser posible, algo motivador al día como mínimo. Y pactar y pactar con él. Tiene que aceptar que el cole es así, y que deberá esforzarse por integrarse en el ritmo y exigencias de una clase, que es su obligación auqnue se aburra, como es la nuestra, como padres, el trabajar para tener dinero. El concepto lo tiene clarísimo, pero el duelo de la aceptación a veces tarda más en producirse.
Con el cambio de cole, tengo claro que lo primero que quiero plantear a los profesores que van a estar con mi hijo, es la importancia de su motivación, pues ha sido la principal causante de todos los problemas este año. El profesor es nuestro mejor aliado, y a veces no saben por dónde tirar, pero si hay voluntad, nosotros también podemos darles ideas y pactar con ellos para que todos cumplan con sus derechos y obligaciones.
Lamentablemente me veo incapaz de contestar el título de esta entrada, al menos de momento, pero espero que dentro de un año pueda escribir una entrada similar con la respuesta. Toca seguir remando y remando, pero estoy convencida de que llegaremos a buen puerto. Soy optimista. :)
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