Estas últimas dos semanas han sido duras, muy duras. La vuelta al cole tras las vacaciones de Navidad ha sido muy traumática, y lejos de convertirse en una fase más que se supera a los pocos días, no ha hecho más que abrir aún más la herida.
Ese constipado que no se ha vigilado durante los últimos meses, finalmente ha acabado en una neumonía de caballo. Pero realmente fue un constipado que se llevaba fraguando desde hace más de dos años. Hasta un punto de no retorno que nos ha llevado a tomar decisiones drásticas. Drásticas pero muy meditadas.
En el cole, el comportamiento disruptivo cada vez ha ido a más; el malestar es tan grande, que los intentos de escaparse se han sucedido día tras día. Como no le han dejado escaparse, ha recurrido a sus primitivas armas y ha descargado toda su ira contra esas personas que en teoría debían de protegerle.
Ya venía anunciándolo hacía semanas, cuando describió perfectamente lo que sentía. Se sentía prisionero en una cárcel en la cual tenía que estar sí o sí y de la cual no podía escapar. Al final hemos acabado todos desesperados y tirándonos los trastos a la cabeza. Cualquier intento de restablecer el orden es en vano. Pues él ha abandonado.
De forma urgente pido cita con su psicólogo, y lo único que es capaz de verbalizar es que se siente un monstruo, un incomprendido, una mala persona, un inútil que no vale para nada, y cuando se desata la furia, no hay tecla de Escape pues él hace esas cosas porque es un monstruo. Y todos los días repite lo mismo: "No aguanto los gritos, no aguanto aburrirme en el colegio". Pero a ojos de los docentes, poco preparados para lidiar con niños así, con poca voluntad, que piensan que estos niños no necesitan nada porque van sobrados, todo esto son cosas de niños. Pues él ha de entender que ha de ir al cole sí o sí, y ha de hacer la tarea sí o sí; y si tan inteligente es, cuanto mejor debería de comprender que esos comportamientos son intolerables. Su psicólogo me confirma que tiene ansiedad, pero que tiene que seguir viéndolo, pues le cuesta abrirse, supongo que está harto de decir lo que le pasa y de que nadie haga nada por cambiarlo. Sigue sin comprender.
Después de pelearme varios días con el cole, de explicarles que lo que necesita con urgencia es adaptación, que está muy desmotivado, que por eso ya no quiere ni trabajar en clase, aunque sepa que luego en casa tenga que hacer lo que no ha hecho en clase, recibo la llamada. No pueden con él -nuevamente se niega a trabajar y ante la insistencia, empieza a agredir, irrumpe en ira-, y eso a las 9 de la mañana. Me piden que vaya a recogerlo, y de camino al colegio, teniendo que dejar mi puesto de trabajo, le doy vueltas a cómo afrontar la situación. La decisión está tomada, el niño no vuelve al cole. Lo llevaba avisando desde hacía semanas, que el niño no estaba para ir al cole, pero claro, cómo iba a a reforzar ese deseo de no ir, si lo dejaba en casa; no podía ser.
Y ahora empieza una nueva lucha, empezar de cero, con necesidad de positivismo, de intentar hacer las cosas bien, de ver por fin la luz al final del túnel.
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