Mañana volvemos al cole, y me incluyo, porque como ya dije en alguna ocasión, soy maestra, y a pesar de que me encante mi profesión, vuelvo con un sabor agridulce.
Se terminan las Navidades y en mi entorno familiares y conocidos están ansiosos por volver a la rutina. A nosotros estas dos semanas de vacaciones nos han sentado de maravilla, pero como siempre, nos han sabido a poco. He podido disfrutar de mi hijo, he tenido tiempo para preparar mis clases sin tener que quedarme hasta horas intempestivas preparando el material. Pero definitivamente volver al cole ya no significa para mí lo mismo que hace años.
Volver al cole supone para mi hijo, al igual que para muchos niños de altas capacidades, volver a un entorno HOSTIL, al que han de enfrentarse de la mejor manera posible. Y no, no puedo estar contenta de liberarme de mi hijo. Mi hijo no me cansa, ni he acabado harta de las vacaciones. Y ni mucho menos supone un alivio para mí. Precisamente ahora es cuando retomamos el calvario diario del que hemos podido evadirnos durante los días de fiesta.
¡Pero por qué tiene que ser así! Esto no lo entiende mucha gente, pero estoy convencida de que muchos de vosotros sí que os sentiréis identificados conmigo o con mi hijo.
Pues la vuelta al cole supone para muchos niños AC el regreso de las SOMATIZACIONES. ¡Socorro! ¿Qué es eso?
Estás tan tranquilo en casa, pasando un rato agradable en familia, y de repente tu hijo empieza a quejarse de dolor de barriga. Aparentemente no ha comido nada que le pudiera sentar mal, y tampoco ha sido víctima de ningún virus invernal. Entonces, ¿por qué sucede esto?
Ya expliqué en una de mis primeras entradas, la importancia del EQUILIBRIO. El ser humano necesita ese equilibrio entre mente y cuerpo. No hay que descuidar ninguna de las dos cosas. Necesitamos salud física y mental, pues si una de las dos falla, la otra se ve resentida. Y acaba enfermando.
Es ante estas situaciones, cuando vuelve el estrés, la ansiedad, los miedos, que acaban repercutiendo en la salud física. Y no, no se soluciona exclusivamente con psicólogos, pues para solucionar un problema hay que solucionarlo, y eso solo se obtiene actuando.
A lo largo de estos años he leído a muchas madres (y digo madres porque casi siempre me he encontrado con estos casos), perdidas, angustiadas y preocupadas porque sus hijos sufren de dolores de barriga o de cabeza constantes. Van al médico, al neurólogo, y todos le dicen lo mismo: "Su hijo está bien, no tiene nada. No podemos ayudarle". Pero pasan los días, las semanas, los meses e incluso los años, y tu hijo sigue con constantes dolores de barriga o de cabeza. Y ya no sabes qué hacer.
Es que es de altas capacidades, va asociado. Y yo solo puedo responder sí y no. Es decir, tener altas capacidades no te predispone a sufrir de problemas físicos sin causa aparente, ya que cualquier niño sometido a un estrés y ansiedad continuos pueden acabar sufriendo de este tipo de dolencias. Entonces, ¿por qué se oye tanto que un niño de altas capacidades sufre de dolores de barriga?
Cuando un niño se tiene que enfrentar durante cinco horas diarias, durante cinco días a la semana, durante 9 meses al año, a un entorno que considera hostil, del cual no puede escapar, donde no atienden sus necesidades, porque consideran que "va sobrado", en un entorno donde se siente insignificante y no valorado, donde no se siente escuchado ni respaldado por las personas que en teoría deberían de protegerle y acompañarle, entonces es cuando pueden aparecer estos síntomas sin causa aparente.
Pero, ¿y cómo se puede solucionar? Pues fácil, ATENDIENDO. Así que familias, luchad y luchad por vuestros derechos y los de vuestros hijos, pues nadie más que vosotros luchará por ellos como vosotros lo hacéis. Porque es vuestra responsabilidad, y porque es la salud de vuestros hijos la que está en juego.
Ahora pensad un momento como adultos. Estamos preocupados por algo, nos sentimos nerviosos, ansiosos o estresados. Tenemos mil formas de enfrentarnos a esa situación. Podemos encerrarnos en nosotros mismos y ponernos una coraza para que nadie se dé cuenta. Pero esto acaba pasando factura. Nos vuelve a salir acné, o de algún modo reventamos. Al final se nos nota. O bien elegimos validar ese malestar, compartimos nuestras preocupaciones con alguien, buscamos soluciones. O bien explotamos, arremetemos contra todos, estamos de mal humor y empezamos a reaccionar de forma injusta contra todos.
Pues a los niños les sucede igual, solo que además ellos aún no tienen ni la experiencia vital, ni la capacidad de gestionar ese malestar como un adulto que sí es capaz de hacerlo. Puntualizo que conozco a muchos adultos que tampoco son capaces de gestionarlo.
Y habrá niños que somaticen ese malestar a través de dolores de barriga y de cabeza recurrentes. Habrá niños que se encierren en sí mismos, a quienes se les borre ese brillo característico en los ojos. Puede que empiecen a colgarse de tus faldas y te persigan por toda la casa, pues es su forma de pedir tu protección. Pueden aparecer tics de diversa índole, tics que incluso pueden acabar convirtiéndose en manías u obsesiones que terminen intercediendo en el normal desarrollo de la vida diaria. Y habrá niños que ese estrés y ese malestar lo canalicen de otra forma y nos demos cuenta de ello porque afecta a su conducta. Son niños que sin causa aparente, estallan en un ataque de ira y de frustración. A nivel físico esos niños no presentan síntomas, pues son como un volcán dormido que de repente entra en erupción. Y tras erupcionar todo vuelve a la calma, hasta que nuevamente están saturados y el magma asciende bruscamente buscando la superficie como sea.
Durante años he creído firmemente en eso de las disincronías y los desajustes. Me han sugerido terapia ocupacional, me han hablado del trastorno de integración sensorial y todo porque mi hijo reacciona ante ciertas situaciones, tiene tics y comportamientos que no son aceptados socialmente. Y por supuesto que eso existe y en muchas ocasiones habrá que tratarlo. Pero hoy por hoy no solo sigo mi instinto sino los consejos del psicólogo de mi hijo. "No tiene desajustes, estos solo se producen cuando percibe el entorno como algo HOSTIL. Ese entorno obviamente es el colegio". Y yo pensando que tenía un fuerte desequilibrio emocional debido a una desintegración sensorial.
Así que profesores, orientadores y profesionales de la educación: escuchad y observad las señales de vuestros alumnos. Pues no se comportan así para fastidiar ni porque tengan problemas psicológicos ni porque quieran ser el centro de atención a toda costa. Están sufriendo de verdad. Y cada niño lo demostrará a su manera. Y en consecuencia, ¡actuad!
Es injusto que niños de seis años acaben con úlceras de estómago o tengan que estar medicados por somatizar su sufrimiento. No podemos seguir permitiéndolo, pues es evitable. A veces basta al principio con introducir sutiles cambios que a esos niños les da un atisbo de esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario